ESCAPARATE
De
repente, me vi desnuda en mitad de la calle.
Notaba
el frío entrar en mí.
Hice
el amago hasta de tocarme la ropa, mientras el pánico venía.
Le
miré a mi pareja y el desconcierto nos delataba.
-
¡Chica, chica! - Nos gritaron minutos antes.
Una
mano sigilosa, entre él y yo, había entrado en el bolsillo derecho de mi
abrigo.
Un
movimiento magistral y se había llevado una vida empaquetada en litio.
Al
tiempo que los dos tortolitos nos agarrabamos de las manos, bajo el paraguas,
mientras caminábamos hacía casa.
Me
había fijado en él poco antes de llegar a su altura.
Barba,
piel morena y sin mascarilla.
¿Habría
sido el estampado tan bonito de mi abrigo lo que le llamó la atención?
Era
momento de llevarlo a la tintorería
No
le iba a interesar, pero si quisiera, sabría de un vistazo lo que como, dónde
vivo y que tengo nuevos martes.
Podría
hasta irse de vacaciones con mi remanente financiero.
En
la comisaria, esperando a la denuncia, le imaginé poniéndose detrás mío al
cruzar la esquina.
Le
basto solo un giro, igual que a la cámara de seguridad del edificio, para
enfocarme.
Se
nos debe de ver muy bien a los tres.
Después
de las llamadas correspondientes para cancelar mis accesos y la tarjeta del
móvil, pensé en lo vulnerables que en realidad somos.
El
frío y el pánico había levantado por un momento mi piel.
Un
desconocido iba a saber que me da miedo leer en público porque me pongo a
tartamudear.
Que
echo de menos a mi madre más de lo que debería, y que tengo una receta médica
mensual.
Suena
a risa eso de que protegemos nuestra intimidad dentro de este mundo escaparate.
Cuatro
cifras como clave no deberían guardar tanta información.
Demasiados
oídos cada vez que susurramos.
Sigo
sin móvil. Ni prisa en ello.
Quise
contar sobre mí en el relato que mandó Berta, la profesora del curso de
escritura.
Pero la vida me dió otra idea.
Primer relato
Gracias , Berta Delgado