12 de marzo de 2022

 



El gimnasio

Llevo un jersey que no es mío , está limpio y me vale, los pantalones rojos de hace días y las zapatillas de deporte , las últimas que me compró mamá para gimnasia. Tiene gracia, porque es justo donde mamá decidió que nos escondiésemos : Agatha, algunas vamos al gimnasio de la escuela, es subterráneo. Venid.

Estaba abierto, es amplio, por ahora seguro y tiene duchas, aunque intentamos usarlas lo mínimo posible. Cuando me suelte el pelo seguro que tengo la marca de la coleta y estará enredado. Aquí hay gente que tiene cepillos,como los de la peluquería, seguro que me los dejan porque parece que todo es de todos. Es como un campamento de verano pero sin monitores. Huele al cenicero del abuelo Patrik cuando los domingos, después de comer, se fumaba aquel puro. A la chaqueta , gris y vieja, que traía siempre puesta. Recuerdo que un día la toqué, sin querer, y me dio repelús. Otras veces, huele parecido a la tienda de pájaros , al autobús que nos lleva a Irpin cuando mamá tiene médico y un poco al jabón de la ducha. También huele al sudor de días, al que echas colonia para disimular. Yo lo hice una vez, recuerdo, cuando el colegio nos llevó una semana de excursión y quise ponerme la camiseta chula del primero día en la fiesta de despedida. Me gustaba un compañero de clase, que seguro que ahora estará por ahí arriba, y quería que se fijara en mí. Qué tonta, como si no me hubiese visto antes. Esto me ha hecho reír. No dejo de mirar a mí alrededor por si baja Cintia, mi mejor amiga, pero la vi marcharse en el coche con su familia. Quizás no sepa que estamos aquí, no pude ir a avisarle. Mamá no me dejo.

Llevo días con dolor de barriga y me despierto por las noches, como cuando me toca dentista. Estoy nerviosa pero no quiero contárselo a mamá, porque no quiero que llore más. Por las tardes, algunas vecinas, mamá y las nuevas amigas que tiene aquí, hacen café en un aparato redondo , igual que el  papá usó aquel verano en el camping. Una de ellas tiene una radio y cuando acabamos de merendar, a media tarde, cambia de emisora y sube el volumen. Entonces, suena la música y bailan, yo me río de vergüenza pero me gusta ver a mamá contenta. Sabe bailar muy bien. 

Yo sé que hay guerra, lo oigo en los baños, por eso papá no ha venido. El abuelo Patrik ya lo decía :es más fácil que me mate la guerra que estos puros cubanos.

Concurso Voces de Ucrania



26 de febrero de 2022

 


SILBIDOS


Desde la cama no oigo los bombardeos aunque si cierro los ojos, sí. Dicen que sueles soñar con las imágenes o historias que has visto, o que te han contado, horas antes de irte a dormir, y más si son impactantes. Ayer vi una película que trataba de dos amigas, del terror, de los sueños, de un campo de concentración, de luchar y del amor. Secuencias que se mezclan con otras, por desgracia más recientes, con la misma crueldad y dolor, con el mismo fin. De nuevo parece, como aquel marzo del 2020, que lo que está pasando es un tráiler de la última de Steven Spielberg . Pero no, no lo parece. Como tampoco parece que yo esté hablando de la guerra.

En la película, las amigas en vez de tocar el timbre se llamaban con un silbido cariñoso para salir a jugar por su barrio judío. Otras tardes, se quedaban en casa imaginándose mayores y libres : una sería enfermera, la otra , que se haría famosa, recorrería el mundo. Pero eso sí, juntas siempre. Un silbido que solo ellas, aunque pareciese simple, sabían hacer. El mismo que hizo que se reconociesen, tiempo después, tras la valla. Y una noche, a través de un agujero que una de ellas rasgó, se vieron de nuevo y cambiaron los planes de aquellas tardes Me iré contigo, Ana, a recorrer el mundo y cuidaré de ti.

Si cierro los ojos, me vienen los bombardeos, la injusticia y la sinrazón. La ira de un soldadito, con genes estalinistas, que parece campar a sus anchas con los bolsillos llenos. Pero hay otra parte del sueño ,la mejor, en la que se escuchan silbidos. Silbidos efusivos que entraran por las ventanas, subirán las escaleras y llenaran de nuevo esos hogares de amor y esperanza. Silbidos que atravesarán fronteras y harán que la soledad esté menos sola. Silbidos que serán te quieros en muchas lunas, que se esconderán entre los libros, en los abrazos. Que harán, a veces, que los muertos estén menos muertos.

Porque aunque suene a utopía, ahora más que nunca, el amor  siempre salva. El amor es el que se queda hasta el final, en la vida y en la guerra. 


11 de enero de 2022

 Cualquier día, cualquier día.



Desde la ventana de la cocina Paco la vio llegar a casa. El taxi estacionó a pocos metros de la portería. Marina, con la chaqueta vieja de andar por casa que pudo coger horas antes, se tapó las orejas y un poco el rostro, la noche había sido fría. Buscó las llaves de casa dentro de la pequeña bolsa de plástico que traía en las manos y entró en el portal. Paco, apresurado, se fue hacía su puerta y giró despacio la solapa de la mirilla; quería comprobar que su vecina estaba bien. Por un momento, decidió abrir la puerta, preguntarla qué tal estaba, qué había pasado, ofrecerle un café, un abrazo. Apoyó la mano en la manilla y con la otra se estiró la chaqueta del pijama mirándose en el espejo del recibidor. Pero como en otras ocasiones, no hizo nada.  Otro día, otro día se dijo. Marina pasó, arrastrando el cansancio y la tristeza, por delante de su puerta. A cámara lenta. Paco pudo comprobar las perlas blancas de sus pendientes, los zapatos negros de medio tacón y la marca en el pelo, justo en la zona  de la coronilla, que te dejan los sillones de los hospitales cuando, con suerte, has podido dormir unas horas. Hasta que ella no entró en su casa, él no se metió en la cama. La tarde anterior Paco había escuchado que la ambulancia había vuelto por allí el hijo de Marina dijeron. No hace mucho, el propio Paco, más valiente, se hubiese atrevido a preguntar y  a ayudarles, pero desde hacía un tiempo la conversión entre ellos se había convertido en justa y cordial.  Marina no salía apenas de casa.  Paco echaba de menos las charlas sobre música y libros, contarse las típicas cosas de los vecinos, los guisados de los domingos que condimentaban el patio Marina, huele que alimenta le decía sonriente  Oye, pues donde comen tres comen cuatro, Cualquier día, cualquier día, respondía él. Pero desde hacía un par de años, en casa de Marina habían pasado a ser solo dos en la mesa y ya no había domingos de guisado. Paco se quedó seco cuando al volver de las vacaciones vio la esquela en el portal. Marina y su hijo, después del entierro, se fueron unos meses al pueblo y cuando regresaron a Paco le pareció inapropiado darles el pésame y lo dejo pasar. Las muertes lo cambian todo se dijo. Igual que dejo pasar las ganas de abrazarla aquella noche cuando la vio salir del taxi, tan sola. Igual que dejo pasar, cuando era joven y lozano, la oportunidad de bailar en las fiestas del barrio con la muchacha de perlas blancas y tacones bajos. Le pareció tan inalcanzable la hija del cristalero y su propia  figura tan insulsa, que al día siguiente, animado también por un abuelo condecorado, solicitó ingresar como soldado de quinta. A ver si así, Marina se le iba de la cabeza. Pero tanto fue el empeño que acumuló galardones, medallas y años, mientras la niña del cristalero dejaba de ser tan niña y se casaba con otro más espabilado que también anduvo por las fiestas. 

Paco se jubiló como coronel, no hace mucho, con buena salud y una caja llena de cartas sin sello con promesas bonitas que también dejó pasar. Noches como aquella, cuando la esperaba sentado en la cocina, sin ella saber, y cuando las ganas se quedaban en las manos, Paco se metía en la cama preguntándose por dónde habían pasado tantos años. 

Al día siguiente, temprano, Marina volvía a irse en taxi hacía el hospital mientras Paco, temblando, dejaba caer en el buzón de al lado la primera promesa de tiempo atrás. 




8 de diciembre de 2021

 

                                   

        

LA OPCIÓN DE (MI) VIDA

Ser madre es una opción.

A veces, quizás demasiado, tengo que recordármelo.

Porque tengo la sensación de que por el mero hecho de poder serlo, tengamos que serlo.

Esta pandemia, así como de repente, ha sumado dos años más a una edad biológica que está comenzando a caer. Empiezo a ser mayor para tener hijos. Así, sin miramientos.

Treinta y seis años y soy mayor.

Empieza a oler a arroz chamuscado.

Y tengo que empezar, por lo que se ve, a pensarlo, a planteármelo.

Vamos, a ponerme a ello. A turnos de mañana, tarde y noche, si es necesario.

Entonces, llego a casa y entre tanta indirecta directa, me pregunto a ver qué quiero.

Y es ahí, cuando para silenciar esas voces que no sabes de dónde vienen , ni porqué aparecen y que hace años no estaban, me repito que ser madre es una opción. No como otra cualquiera, claro está, pero sí mía. Muy mía.

Me excuso al no estar pensando en eso, cuando parece que debo hacerlo.

Me perdono por tener mas ganas de irme de fin de semana con mis amigas o con mi pareja, o de medias maratones, o de escribir un libro, que de traer una criatura al mundo.

Y me asombro, incluso, al no verlo anotado en la agenda del futuro.

No sé si seré madre porque no sé si quiero serlo.

Así de simple.

Ni siquiera sé si tengo que sentir algo especial o diferente para ello ; en plan un sonajero interno, unas ganas de kilos palpitantes tremendas o un amor tan inmenso , superior a mi misma, que aún no he tenido el placer de conocer.

No lo tengo tan claro como otras mujeres y no sé si eso es bueno o malo, tampoco me lo planteo.

Y no lo tengo tan claro como he tenido, y tengo, otras cosas en mi vida.

Quizás sea , sencillamente, porque quiero seguir conmigo un rato más. O siempre.

Aunque al mismo tiempo, lo reconozco, seguro que por el trajín que la cigüeña ha tenido a mi alrededor, me imagino en un espejo sacando fotos a mi tripa y tengo un nombre en la chistera por si acaso me pilla la luna llena. Pero todo está como desdibujado, aún sin cuajo.

Porque por si alguien no lo sabe, cosa que dudo, decidir ser madre, intentar ser madre y/o lograr ser madre no es fácil.

Imaginaréis que no es como elegir la serie que veréis hoy en el sofá.

Ni el libro de este mes.

Ni siquiera es como elegir un piso o un trabajo.

Decidirlo, intentarlo y/o lograrlo es otra cosa.

Pero por encima de todo, es una opción.






30 de octubre de 2021


          BOLLO DE MANTEQUILLA


Berta, mi logopeda, olía a chocolate recién hecho, a churros, a domingo y a familia. Ese olor se mezclaba con el de los lápices, los libros y las aventuras del aula donde trabajábamos mi tartamudez. Leíamos en alto, yo siempre frente al espejo, con sus manos en mi diafragma. Jugábamos a las tarjetas/palabras y hacíamos ejercicios de fonética. Iba dónde ella todos los lunes, miércoles y viernes a primera hora y me gustaba. 
Mi habla, al igual que la de mi padre, mi tío, mi abuelo y más familiares pasados, empezó temprano a no ser fluida. No conseguía pronunciar las palabras con claridad, ni siquiera las terminaba. Mi voz sonaba atropellada, como un taladro y seguirme en cualquier conversación se hacía difícil ¿Os acordáis de Porki, el cerdito de Looney Tunes? Si, el de «¡¡Eso es to... eso es to... e-eeesto es todo amigos!!»…Pues así de graciosa podía parecer yo. 
Pero dentro de mí todo era claro, distinto, seguido y sin interrupciones. Yo hablaba como los demás pero solo si hablaba conmigo misma. Me escuchaba , en mi cabeza, igual  que yo escuchaba a los mayores.Y  convertí aquello en mi secreto, mi recreo. 
El problema se presentaba cuando tenía que dirigirme a alguien. Cuándo me subía a la tarima del colegio a presentar cualquier trabajo, cuando estábamos en familia, cuando quería entrar en alguna tienda de chucherías o hasta cuándo quería preguntar la hora. Mis cuerdas vocales se bloqueaban y mi cuerpo se anticipaba : respiración acelerada, sudor, mareos , desenfoque y desequilibrio emocional ante cualquiera situación de esas. Yo sabía que las palabras no me iban a salir, que se iban a quedar atascadas ahí dentro,lo notaba, y lo noto. 
Es una sensación rápida, como una pequeña alerta que me ayuda, ahora ya adulta, a bajar el ritmo, a pararme y a respirar. Porque Berta me enseñó a conocerme, a controlar mi respiración para que el aire me ayudara con las vocales y consonantes. A pararme , si me atasco, en los párrafos (o en la vida) y volver a empezar. Hay personas que te cuidan más allá del cuidado y yo tuve la suerte de que me tocase durante doce años una de esas. Pero llegué a ella gracias a mí madre, el amor de mi vida. A la que buscaba de pequeña , y busco, cuando tartamudeo porque está dentro de mí diciéndome " Tranquila hija, respira". A la que seguro le dolieron algunas risas y burlas hacía la niña pero se las calló en abrazos fuertes,en viernes de bollo de mantequilla y en la mejor colección de libros de Barco de Vapor. 
Mi madre pidió ayuda para intentar solucionar el problema de dicción que tenía su hija. Se dejó aconsejar y ayudar porque sabía que no podía hacerlo sola. Y una vez más, acertó. 
Hubo momentos duros pero nos dió a ambas la oportunidad de mejorar. 
Gracias (infinitas si existiesen)  a Berta, por sus manos en mi diafragma que siguen aquí y le enseñaré algún día, ojalá pronto, cuando volvamos a vernos. 
Y gracias siempre al amor de mi vida por crecer conmigo y estos miedos. Aunque tengo que confesarte que aún no me he  atrevido a leer en alto en el taller de escritura...¡En esas ando,madre! !Poco a poco! 
Por cierto, no sé si te lo he dicho, la profesora del taller se llama Berta y también huele a chocolate recién hecho. 




 


 

 



21 de septiembre de 2021

   

    

  SIN QUERER

 —Te quiero

—Con querer no va a ser suficiente.

—Pero por algo se empieza.

—Y por eso mismo, a veces, se acaba.

 

Nadie, solo el tiempo y el dolor de los finales, te revela eso.

Que hay declaraciones de amor que se detienen, sin saberse, en la soledad de la intención.

Lo mismo que septiembre y sus sin ganas.  

Que empiezan a liarse los bártulos, los besos, los wasaps.

Y uno, mientras ama y duele, se da cuenta de que no todo puede caber bajo el nombre del amor.

Que habrá te quieros que por sus formas, su ser, o a la mejor por sus justas medidas, no nos entren en las ropas. Y nos aprieten las costillas.

Que ya sea muy larga la lista de la compra.

Y ninguno de los dos seremos culpables, ni prisioneros, de esas figuras que ya solo encajen bajo las sábanas.

No. Tampoco dos cuerpos húmedos bastarán.

Y será ese te quiero el suficiente, justo el del principio, el que nos despida.

Y será un día cualquiera, de viento dócil, seguro que honestos, con las mínimas heridas.


—Pues, entonces, quizás sea mejor empezar sin querer.

 

 

 

 

 

 

24 de julio de 2021

        Relato publicado en el libro "De puertas adentro" editado por ALEA Bilbao.     

                                                                     

EL DEDO ANULAR 


Años atrás, aunque la mayoría de las personas que estaban allí desconocían el dato, ese mismo lugar había sido uno de los primeros colegios de la zona, y por supuesto religioso, dónde solo se enseñaba a niños privilegiados. Ella había visto fotos y reconoció la fachada principal, hoy decorada con un arco floral, que antaño elegían de fondo en las fotos anuales de los alumnos. Entre ellos, primero un abuelo y después un padre, bajito y gordo,que hoy desde otro lugar teñía ya el día con nubes negras. Auguraban rayos, relámpagos y truenos, habían presagiado hasta una galerna a última hora de la tarde. Un viento tan fuerte que se llevaría el tenderete blanco del jardín, las mesas, las sillas, las luces. No se descartaba, ante tanta alarma, que el restaurante entero saliese volando. De poco habían servido los huevos a la virgen y las plegarias en petición del astro luminoso. Ella, acomodada ya en su mesa, miraba las gotas romperse sobre los cristales de los ventanales. Podía oír, a pesar del bullicio de la gente, que el cielo se revolvía encima de sus cabezas y las nubes se chocaban unas con otras. Cómo su padre la gritaba tras la puerta de la habitación, cómo su mano golpeaba fuerte la madera y cómo su madre, a media noche, se colaba en su cama para calmarla. De niña le daban miedo los truenos : gritaba, temblaba, vomitaba o se meaba encima. Entonces su padre le gritaba que los niños de su edad no hacían esas cosas, que la próxima vez le sacaría al jardín hasta que se callase, que los niños de su edad eran mas valientes. Que los niños, que los niños, nunca la comparaba con las niñas. No llevaba pendientes, ni usaba lazos y apenas tuvo vestidos. Se llamaba  María José pero su padre apenas pronunciaba María. 


Un relámpago, de repente, iluminó el exterior del restaurante. Nadie más se percató. Andaban a comer, a beber, a olvidar. Otro rayo más y se cae la lampara, pensó. Y asomó despacio la mano que escondía debajo de la mesa, acercándola poco a poco al centro, en un movimiento infantil. Si cae por la parte afilada, en un golpe seco, que me atraviese, por favor, el dedo anular. Facilitó el deseo extendiendo bien las falanges, dejando espacio,  como cuando era pequeña y aguantaba la respiración más de lo debido en la piscina del internado. Y que del perfecto corte la alianza salga volando por el comedor, con un trozo de carne. Algunos comensales se preocuparían, por si lo pisan, y lo buscarían rápido entre sus pies, arrastrándose por el suelo. ¡Está aquí! ¡No,está aquí! ¡Lo he encontrado! 

Pero nadie miraría el chorro de sangre del otro trozo, ni los otros dedos huérfanos. Nadie se fijaría en ella, ni en el liquido rojo que le caería a borbotones por la mano. Podría, incluso,  levantarse, llenar las copas con su vino sagrado y brindar juntos por aquella bacanal. Nadie se percataría porque el color era parecido. Ni siquiera Juan se inmutaría demasiado, te compraré otro anillo, amor mío, y un dedo si es necesario. Un amor mío que comenzaba el primer verano de su vida, después del internado, con su primer bikini y sus primeras amigas. Se encariñó del chico que la trataba como a una chica, del chico más guapo del mundo y del primero que empezó a llamarla solo María. Un día le regaló una pulsera de hilo y se besaron en el baño del bar. A ella no le gustó, pero estaba enamorada, o eso creía. Juan la invitó a salir y ella dijo que sí, empezó a visitarla los domingos, su madre hacía bizcocho y paseaban por el barrio. Y una tarde de esas, su padre también dijo que sí y los dos hombres ahora de la casa brindaron felices. Será después de la universidad , escuchó decir, y decidió,entonces, estudiar medicina mientras su madre encendía el horno entre lágrimas.

Un segundo relámpago, más largo, cayó sobre el techo del restaurante. María miró de nuevo a la lampara, podía ver las pequeñas lágrimas de cristal que la decoraban tintinear unas contra otras. Y comenzó a desear, con más fuerza, que esta vez el golpe le partiera en dos la cabeza. Pero no del todo, mejor dejar el cerebro entreabierto, que se vea bien la cavidad, los lóbulos, los ganglios basales. La amígdala en éxtasis de emoción. Que el corte le llegara hasta la nariz y dejara un ojo a cada lado,por cada hemisferio, con la vista al frente para disfrutar de aquella fiesta. Sentada en mitad del comedor, podría probar sus vísceras con la punta de la lengua, que ya le pintaban los labios de rojo. La sangre le teñía una a una las perlas blancas del collar que adornaba su cuello, alcanzaría por el escote, ansiosa, ambos pechos. Sentía la muerte caliente, ardiendo, por el estómago y en un acto involuntario se tapó la entrepierna con sus cuatro dedos. El reguero bajaba por los tobillos hasta meterse en sus zapatos. El charco, como el odio, se hacía grande a sus pies. El bajo del vestido, la alfombra empapada, la sangre ya despilfarrada. El resto de invitados echarían un paso atrás, aterrados,mientras el vino de sus copas se escaparía ensuciándoles las manos. Gritarían como los truenos que hacía rato habían cesado y los pobres niños, como ella en su habitación azul, se orinarían de miedo. 


Fuera ya no llovía pero las sillas aún goteaban y la lona blanca sujetaba el agua acumulada. Después del trance le calmó ensimismarse en esa imagen igual que hacia de pequeña con las ilustraciones de los libros que leía. Viajaba a todos esos lugares pintorescos, buscaba tesoros e inventaba historietas. En muchas de ellas un hombre bajito y gordo tenia un accidente de coche y se despeñaba por la cuneta. 

La música sonaba cada vez mas alto y el jaleo de la gente le hizo volver al holgorio. Los camareros se preparaban para servir el postre. Su madre se acercó a ella y le acarició la mano. Y de repente,en mitad de aquel bullicio, al clamor de vivan los novios, el cuerpo de Juan cayó a plomo lleno de cristales y la sangre lo salpicó todo. 











2 de julio de 2021

 

LA TILDE DE TÉ 

 

Llevo sin verme un tiempo.

 

Lo achaco a la vorágine vírica que parece ya despedirse (cuidado, no venirse arriba).

 

O a las prisas que nos atamos siempre a los cordones para no llegar a ningún sitio.

 

Quizás también tenga que ver la tela guardiana que nos abriga los dientes y nos ha robado palabras.

 

Veo te quieros entre soplos  disipados en la calle.

 

Susurros de auxilio en las nuevas terrazas de los bares. 

 

Y esta cabeza peluda, últimamente, se para en áreas rumiantes.

 

La noto miedosa. Ha vuelto a dar la luz de la mesilla.

 

Menos mal que en las estaciones ya nos esperan  los abrazos y cervezas que calmaran, sin ellos saber, las guerras venideras.

 

Hacen cola los planes, cara a cara, en los que nos darán las tantas.

 

Que te apoyes en mi pecho, amiga,  porque te vence la risa. 

 

Hablar de todo sin saber de nada.

 

Tenemos que vernos porque me echo de menos.



13 de marzo de 2021

 

¿Qué más?


Esta mañana me ha llegado un mensaje de Wasup : A ver si esto pasa pronto y nos volvemos a ver.

Y me he preguntado ; a ver si pasa ¿El qué? ¿Tiene que pasar algo más? Y si es así, ¿Cuándo va a pasar?

Me da la sensación de que estamos esperando a que alguien saque la claqueta y diga eso de ¡Corten! ¡Corten!.

O que de repente, esto que pasa, igual que vino se vaya.

Y quizás no tenga que pasar nada, que no esté pasando ya, para que nos tomemos ese café,  

nos queramos o nos volvamos a ver.

Porque ahora sí el mejor plan es tener la oportunidad de ese plan.

La vida se metió por medio hace meses pero no se detuvo. Al contrario, nos dió más tiempo.

Más tiempo para asimilar, tranquilos y desde casa, que somos unas simples motitas de polvo.

El mosquito pesado de verano o la mariposa de mil colores que de repente se te cruza.

Si. Casi inapreciables. Yo tampoco lo sabía.

Somos lo que fluye mientras eso que pasa, pasa.

Y nada será como antes porque no estamos todos los de antes.

Tú estás aquí, yo también ¿Qué más?


2 de enero de 2021

LIMONES 

Tengo las uñas de los pies pintadas de rojo. Solo ocho porque nunca me he encontrado la uñas de los dedos meniques. Ese es el típico secreto que si cuentas, sería universal. Como el de mearse de gusto en la ducha. Me las he pintado porque había que entrar en el año nuevo con buen pie y de rojo, tradiciones absurdas que haces no sabes porqué coño razón. Quizás alguien decidió el año pasado pintárselas de amarillo chillón y mira la que ha liado. ¡Quita! ¡Quita! ¡No vaya a ser cosa de meigas esto! Me he visto las uñas al sacar la pataza de la cama, este uno de Enero del año uno. Ahora que lo pienso, ¿Había también que levantarse posando primero el pie derecho? ¡Joder! ¡Ya la estamos liando!

Digo que es el año uno porque me siento un poco como el filósofo Locke, en tabula rasa. Porque yo no sé a vosotros, pero a mí esto del año veinte me ha dejado, a veces, en blanco. Completamente fuera de juego. Vamos, que no tenia ni puta idea de nada. Como si mis anteriores experiencias, algunas subrayadas a conciencia, no me hubieran valido para nada. Así que por lo menos que este año nos pille con el cuaderno cerca, boli en mano y observando las primeras filas. ¡Tranquilos, tampoco hay que ir de empollones! Primero habrá que escuchar, porque eso de creernos, a veces, sabedores de todo nos ha hecho ya demasiado ignorantes. También tendremos que estar atentos y, cuando sea posible, buscar ese algo que despistamos la otra vez. Porque yo, personalmente, tuve que despistarme en el momento que se hablo del miedo, de la angustia. No debí de entender muy bien los apuntes que me pasaron. O para ser honesta, igual pensé que no me tocaría esa pregunta en el examen.

Otra cosa, y ya termino. El último día, no sé si con eso de que eran las doce y el toque de queda, me sentí muy confusa. Por un momento, con tanta expectación, me vi subiendo la escalinata, notando como el zapato de cristal se me soltaba, dejando mis cuatro uñitas rojas al descubierto. Tanto las doce, ya son las doce, que me creí, pobre de mí, Cenicienta. Pero seguido, salió Nala, mi leona de la selva. Y hoy, en la cama, fijaros como esta la casa, me sentí un poco Bella Durmiente esperando que alguien me salve con un beso. Bueno, si es más de uno, mejor. Todo producto de la impronta de Disney, que le vamos hacer. 

Ahora voy a intentar hacer una limonada con los limones que dejas siempre al fondo de la nevera. ¿A vosotros también os pasa? Entre los limones y los ajos no me extraña que perdamos, por momentos, el sentido. 


Primer relato del año uno.

Receta de la limonada: Serie This is Us 

Gracias 



25 de noviembre de 2020


A mí también.

A mí también me ha empezado a asustar el mañana.

Pasos torpes, indecisión y poca gana.

Con este barullo maldito que ni con distancia se calla.

Una sensación de felicidad extraña cuando algo bueno pasa.

Como sino mereciera un poco de gracia.

Si.

A mí también me pasa.

También me han tocado lunas rabiosas en noches muy largas.

Y empiezan a dolerme los dientes, los aprieto por cada abrazo que

amontono.

Sospecho que no sabré qué hacer cuando se marche esta culpa y pueda

tocarte.

Y sí.

También contesto con un bien apresurado cuando me preguntan qué tal.

Mentir, a veces, socorre.

Algún día he llorado en el coche de camino a casa.

Y me ha dado miedo llamar por si algo pasaba. 

No es hacerse fuerte.

Solo te cuido mientras preparo el café.

Ahí te contaré, amiga, aunque tú ya lo sepas.


  El gimnasio Llevo un jersey que no es mío , está limpio y me vale, los pantalones rojos de hace días y las zapatillas de deporte , las últ...